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- CREYENDO LA MENTIRA: UNA NACIÓN DE CASI-CAPACES
La mentira. ¡Que cómoda es! Porque a veces es tan fácil creer una mentira acerca de uno mismo…
Los tala andigs, por ejemplo, viviendo en la selva de las Islas Filipinas, creen una mentira de sí mismos.
Tienen una leyenda que explica por qué son como son—despreciados, sin conocimiento y sin posición.
Dicen que, a los primeros tala andigs, les nacieron dos hijos varones. Uno de los hijos dijo, “yo voy al otro lado de la selva para ir a la costa y educarme.” El otro dijo, “yo voy a quedarme aquí.”
El que se fue, prometió algún día volver con conocimientos para compartir con los demás.
Pero nunca regresó. Entonces—según ellos—los tala andigs son como son porque son descendientes del hermano que se quedó.
Aquí en México los triquis de Copala creen una mentira que también justifica su pobreza.
La diosa del trueno le dijo a su marido—el dios del trueno—que no mirara mientras cosechaba el maíz.
Pero él no le hizo caso, miró, y la cosecha fue pobre.
Luego discutieron, ella roció el maíz con polvo de su metate y entonces huyó a la costa.
Por eso, hoy en día, en Oaxaca la gente que vive en la costa tiene mejores cosechas que los triquis de Copala.
Estos mitos dan una explicación a la gente por qué es que vive en escasez , o en ignorancia, o atrasada.
Los llamamos “conceptos culturales de inferioridad”. Justifican el no esforzarse. Quitan toda esperanza. Traen sentencia de pobreza a grupos étnicos enteros.
Yo tengo un hijo mixteco. A la edad de tres meses le dio tos ferina. Sus padres biológicos lo llevaron al hospital donde internaron al niño. El día siguiente le dieron de alta. Lo dieron de alta no porque estaba sano sino porque era indito. Era oaxaqueñito. Pero los papás—que mucho amaban y aman a su hijo, no vieron el asunto como para alterarse ya que, cuando nació el niño, la partera les había dicho que él no viviría mucho tiempo porque tenía la “garganta chiquita”.
Sabiendo que su hijo tenía la “garganta chiquita” y no era para vivir mucho tiempo, los papás llevaron al niño al campo con ellos el día siguiente, en la lluvia—el niño todavía con tos ferina—porque de todos modos este niño no puede vivir mucho tiempo (“porque la partera ya nos dijo”). Si no hubiera sido por la intervención de mi esposa, este niño—quien ahora es nuestro hijo—no hubiese vivido.
Ah, la mentira. ¡Qué cómoda! ¡Cómo nos quita las fuerzas, nos quita el empuje, nos quita la razón de luchar! ¿Para qué intentar, si de todos modos somos así porque así tenemos que ser...?
Yo he escuchado tres mentiras acerca de los mexicanos y las misiones:
Mentira #1. El mexicano no es bueno para aprender idiomas.
“El castellano es un idioma tan sencillo que le da al mexicano la desventaja para el aprendizaje de otros idiomas.”
Pobres mexicanitos. No pueden aprender idiomas. Lástima que no nacieron siendo gringos.
Los mexicanos no pueden ser buenos misioneros porque no pueden aprender idiomas.
Mentira #2. Los mexicanos no pueden trabajar en equipo.
Son muy buenas personas, muy amables y amigables, pero para trabajar en equipo como se ocupa en el campo misionero, ¡olvídalo! “Por eso,” (me han dicho), “los mexicanos son buenos para el box pero malos para el beis.”
Lo que es de uno solo, sí se hace, pero para cooperar juntos, no está en su sangre.
Pobres mexicanitos. Lástima que no nacieron siendo gringos. Los mexicanos no pueden ser buenos misioneros porque nunca van a poder trabajar en equipo.
Mentira #3. Los mexicanos no tienen dinero para ir al campo misionero.
Las iglesias no van a apoyar. ¡Órale! ¡Entonces nos tienen no solamente pobres, sino tacaños también! Pobres mexicanitos. Lástima que no nacieron siendo gringos.
Nunca van a poder ser buenos misioneros porque nunca van a tener dinero.
¡Ya basta! ¿Creeremos la mentira? ¿Haremos hincapié al cuento que nosotros somos una nación de casi-capaces? ¿Que la sangre que fluye en las venas al norte del Río Bravo es superior a la que está sazonada con chile jalapeño? Yo no, tenk yu.
La verdad es que Dios está levantando un ejército de mexicanos enamoradísimos de Jesús, gente que entiende que el corazón de Dios palpita “las naciones, las naciones, las naciones”.
Gente que no está ahogada en auto-lástima, ni engañada por sus propias mentiras.
Gente que no yace en conceptos erróneos de inferioridad. Es un ejército poderoso de gente atrevida, con un Dios todo-potente.
Mexicano, tú y yo, somos los escogidos de Dios.
Hay una tarea que hacer: Las Misiones. Mexicano, olvida la mentira. ¡Vamos al grito de guerra!¡Fuímonos yendo!
...
Por Marcos Schultz
con colaboración de Bárbara Hollenbach
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